lunes, agosto 06, 2007

Como el mar cuando está en calma

El saco, la corbata y los zapatos habían quedado tirados en el pasillo que conducía al baño. Sintió placer cuando se quitó las medias y sus pies desnudos se posaron sobre la fría cerámica. Era una manía; aguantar aunque se estuviese meando, hasta descalzarse, para mezclar el placer de vaciar su vejiga con ese frío alivio que recorría su cuerpo desde los pies. Dejó el pantalón en el perchero del dormitorio y en un gesto instintivo, antes de terminar de desabrocharse la camisa, encendió la radio; Vicentino interpretaba “por ese palpitar”, una versión distinta –más cálida para él- de la original de Sandro. El calzoncillo quedó tirado en el piso, le urgía meterse bajo la ducha reconfortante, luego de una jornada larga y asfixiante. Estaba saliendo del baño cuando oyó que Silvia abría la puerta. Escuchó los pasos de ella en la cocina, y el lloriqueo de “Manu”, demostrando la alegría que sentía por la llegada de su dueña. Se sonrió al escuchar el inconfundible sonido del rompenueces triturando la nuez que el pichicho recibía cada tarde como premio y los ladridos de contento de éste, impaciente por engullírsela. Ahora los pasos de Silvia se encaminaban hacia la habitación… Se abrazaron intensamente y sus bocas se rozaron en un beso leve. Se cruzaron las frases de rutina, un tanteo para ver qué tal estaba uno y el otro: qué tal tu día, cómo empezaste la semana, arreglaste el tema del auto, mirá que invité a Susy a cenar el viernes, hasta que los dos preguntaron a la vez ¿tomamos unos mates?... Se fueron riendo hasta la cocina. Ella puso el agua, él le puso la yerba al mate, ella sacó las galletitas María de la alacena, se chocaron en la heladera, nuevas risas; el sacó el frasco de la mermelada, ella el de dulce de leche. Tironearon del paquete de galletitas, para ver quien las untaba primero; las galletitas cayeron al piso desparramándose y Silvia cayó en los brazos de Juan. Se besaron una y otra vez, hasta que el silbido de la pava se tornó insoportable y los trajo a la realidad. Silvia apagó la hornalla y volvió a besar a Juan; hicieron el amor allí en la cocina mientras el sol que empezaba a ponerse allá en el horizonte dibujando extrañas sombras al colarse por entre las cortinas. Se entregaron al juego del amor, Silvia con cada caricia lograba sentir la música que brotaba de la piel de Juan, esa música que la embrujaba, como si proviniese de la lira de Orfeo; Juan recuperaba sus alas cuando poseía a Silvia, y su espíritu escapaba de ese pozo profundo y oscuro en el que solía esconderse, hasta llegar a la luna salpicando el cielo con su orgasmo de estrellas. La llevó en andas hasta la habitación, la tendió en la cama, se abrazaron. Al rato Juan pudo sentir su respiración mansa, se había dormido. Era una de las pocas veces que lamentaba ser ciego; no podía ver a su amada desnuda y dormitando como el mar cuando está en calma, luego de hacer el amor.
Octubre del 2003.

4 comentarios:

Sonia Betancort dijo...

Hola ! He leído tu mensaje. estoy de viaje, a la vuelta responderé. Gracias por tus palabras.

Elisabet Cincotta dijo...

Este blog no lo conocía, precioso, es para quedarse en él.
Gracias pot visitarme.
besos
Elisabet

gdec - Geraldes de Carvalho dijo...

V. escreve mesmo muito bem em prosa e também alguns poemas mais pequenos . Mas principalmente, prosa, repito .
Geraldes de Carvalho

josé lopez romero dijo...

He leído una historia que podría decirse, tiene un corte cotidiano hasta que llega su desenlace que la hace distinta y uno queda pensando..cómo será vivir una situación similar.